Entre los canales y fiordos del territorio austral, se esconde la historia de un pueblo originario de la Patagonia chilena. Vestidos con un taparrabo y una capa de piel de foca, los kawéskar o alacalufes desarrollaban gran parte de su vida cotidiana navegando a bordo de sus canoas. Es por que en el siguiente artículo profundizaremos respecto a los kawéskar y sus embarcaciones.
Breve historia
De acuerdo a la tesis doctoral de Luis Ruíz Jiménez, llamada “Tecnología y uso de la canoa kawéskar en los canales australes chilenos”, desde hace 6.000 años que los canoeros llegaron al extremo sur del continente, recorriendo principalmente los archipiélagos occidentales de Chile.
Los kawéskar desarrollaron su vida en la Angostura Inglesa, al sur del golfo de Penas, donde practicaron una economía de subsistencia en base a la extracción de productos del mar por medio de la pesca, marisqueo y caza. Así es como llevaban una existencia errante de canoeros nómadas, cazando lobos marinos, focas y peces con sus arpones.
Primer registro de la canoa
Lo que define la vida nómade de los kawéskar es la canoa o hallef, una de las piezas más valoradas de su patrimonio material. Se trata de un medio de transporte fundamental para la sobrevivencia en los canales y el eje flotante sobre el que circula su vida.
Fue en 1526 que el comendador de la orden de San Juan, el Fray García Jofré de Loaiza, se transformó en el primer europeo en relatar su contacto con los kawéskar y sus embarcaciones. De acuerdo a su narración, se encontró de frente con los fueguinos por las aguas del Cabo San Jorge, en la Bahía de Solano, y pudo observar fuego en ambas orillas de los navíos que avanzaban gracias a la acción de cinco remos en forma de pala.
“Tienen canoas de cáscara de ciprés y de otros árboles”, apunta en sus escritos. “Donde quieran que llegan, hacen un rancho pequeño donde se abrigan del agua y la nieve”, concluye.
Construcción de la embarcación
Las crónicas del navegante y explorador español Juan Ladrillero refuerzan esta idea e ilustran sobre los materiales utilizados para la construcción de las canoas. En 1557, describe que las cáscaras de árboles estaban “cosidas con juncos de barbas de ballena y reforzados con nervaduras en varillas de un dedo de grosor”, reseñando los pasos de canoas entre el seno de obstrucción y el seno de Otway.
Para desprender la corteza en una sola pieza, la única herramienta que utilizaban los kawéskar era un pedernal poco afilado, relata el marinero español Antonio de Córdova en 1786. Luego de secarla por tres días, aseguraban los trozos laterales cosiéndolos con junquillo seco y cubrían las junturas con grasa animal y barro. Para que la corteza tenga la forma y condición apropiadas, “la ponen un poco sobre el fuego, y cuando está a medio secar, la curvan en la forma indicada”, señala.
El destacado almirante Roberto Fitz Roy también aporta información recabada en su expedición de 1831 a 1836, donde estaba acompañado por el gran naturalista Charles Darwin. “Mantienen su forma mediante soportes de palo a manera de cruz, sujetos a las bordas, que se alinean con un palo largo y delgado”.
Compartimentos interiores
Respecto a la longitud de las canoas, existen diferentes descripciones. Mientras de Córdova indica que podían medir hasta 8 metros de largo una vez terminadas, Fitz Roy y el oficial de marina Philip Parker King, en su viaje de 1828, coinciden en una longitud de 3 metros.
Este último expedicionario hace una radiografía del interior de la embarcación. En cuanto a la capacidad de la canoa, indica que da cabida a cinco o seis adultos más dos o tres niños juntos con sus implementos y armas. La subdivisión es de tres partes:
- En el compartimento de adelante, ponían las lanzas para uso inmediato en caso de que se aproximaran las focas o lobos marinos.
- En la segunda división se ubicaban los adultos separados por un fogón central. Los hombres iban entre el fogón y las lanzas, mientras que las mujeres remaban detrás del fuego y eran ayudadas por los hombres si se necesitaba mayor rapidez.
- Por último, en el tercer compartimento viajaban los niños mayores y los perros.
Aunque muchas tradiciones se han perdido, los pocos descendientes de kawéskar que viven en Puerto Edén aún mantienen su vocación de navegantes. Es por eso que es importante conocer su cultura y recorrer los canales australes por donde dejaron una huella indeleble en la historia de nuestro país.